Lo Local y
lo Global: una Constante Transformación
por Prof.
Dr. Jorge
Alberto S. Machado (http://each.usp.br/machado)
Universidade de Campinas - BRASIL
Referencia:
Machado, Jorge A. S. (2000), Lo
Local y lo Global: una Constante Transformación,
http://each.usp.br/machado/bm/articles/inv/glocal.htm
Según
Giddens, globalización es "acción a distancia" (1997).
Hoy más que nunca sabemos lo que esto significa. Basta
con mirar el noticiario y veremos que la caída de la
bolsa de Nueva York o Tokio, una tensión en el Oriente
Próximo, o incluso los poderes de seducción de una joven
funcionaria de la Casa Blanca, pueden ejercer influencia
en lo que sucede mucho más lejos. La devastadora crisis
de 1929, que ha costado diez años para la recuperación
de la economía estadounidense - dejando consecuencias en
todo el mundo -, ocurrió en un momento en que las
noticias no se difundían tan rápidamente, los mercados
financieros no estaban todavía globalizados y no había
tecnologías comunicativas comparables con las de hoy.
Sin embargo, este antiguo hecho ya es un buen ejemplo
del significado que tiene la interdependencia global o
para discutir con seriedad las relaciones global-local.
Setenta
años después se vive una tensión mucho mayor, en un
mercado expandido, con mayor velocidad y mayor alcance.
Basta decir que algunos inversores aislados, como los
gigantescos fondos de pensiones norteamericanos,
controlan individualmente sumas superiores a cien mil
millones de dólares en el mercado internacional, dinero
suficiente para desestabilizar las economías de países
de países medios. En un movimiento brusco, estos
gigantes del mercado de capitales pueden llevar a la
caída una bolsa local y provocar un "efecto dominó",
ocasionando una desbandada de los inversores. El
resultado puede ser una crisis local - de un país - o
regional, cuyas consecuencias son ya conocidas: aumento
del desempleo, agudización de las tensiones sociales,
necesidad de ayuda externa - más endeudamiento -, entre
otras. Lo
local pasa a someterse a lo global. Comprendemos cada
vez más - y por eso nos sentimos indefensos - que
hacemos parte de esta misma naturaleza integrada y
contaminada industrialmente (Beck, 1998), de un mismo
mundo que, virtualmente o no, hace, por una razón u
otra, que los españoles y los chinos, o los rusos y los
brasileños, se sientan más próximos. La transformación
técnico-industrial, la fusión de los mercados, la
manipulación biológica, los patrones uniformizantes de
consumo, el desarrollo competitivo, todo eso nos afecta,
desde fuera - muchas veces desde muy lejano - hasta
nuestro país, nuestra ciudad, nuestra comunidad. Mientras tanto, en este escenario de transformación constante, complejo, muchos países capitalizan la prosperidad, al paso que otros no consiguen salir de la crisis en que sumergieron, de la recesión o estancamiento económico, sufriendo por la compleja combinación de los variados problemas sociales y económicos que los afectan; de los contínuos "ajustes" estructuradores y reestructuradores; de la contingencia de soportar la presión de la deuda externa y tener que satisfacer las necesidades de modernización y salirse del analfabetismo tecnológico. Mientras para unos, el Estado y sus estructuras - en este contexto, transformado, redimensionado y modernizado - se muestra todavía eficiente y garantizador de una economía y nivel social alto y estable, actuando en el sentido de garantizar la sustentabilidad del crecimiento económico - y de las posibilidades materiales y adquisitivas de sus ciudadanos -, en otros, esa transformación modernizadora parece expresarse en un Estado cada vez más débil, inoperante, con instituciones omisas delante la creciente desigualdad, pobreza y marginación, sin conseguir hacer frente a las crecientes demandas sociales y a los desafíos impuestos por la globalización. En
este escenario se sitúan las ciudades, nervios vivos de
esta gigantesca red, conjunto humano pulsante de los
valores de la sociedad, elementos singulares y atómicos
de la transformación económica y consumo; configurada
por la acción humana, que la construye, modifica y
transmútala, conscientemente o no. La ciudad es la
unidad en la red de consumo colectivo (Castells, 1971) -
y también de producción. De igual manera es la unidad de
expresión colectiva de los actores individuales o
colectivos internos, de sus saberes, valores, normas,
actitudes, opiniones, comportamientos, relaciones,
prácticas, etc. Así como también manifiesta en si la
expresión de la transformación social, de la estructura
de clases que contiene - o, para no utilizar ese
termino, de la estructura socioeconómica interna - y que
traduce esas características y contradicciones en
variadas formas: en su estética, en su forma de
crecimiento y desarrollo, de distribución y ocupación
espacial, en su producción cultural y simbólica. Lo
local - o la "ciudad" - es el receptáculo de lo global,
donde el proceso de consumo - en el sentido lato: de
cultura, ideologías, mercancías - se efectiva y se
reproduce. Aunque en relaciones desproporcionadas, la
ciudad recibe influencia y emana también. Ese elemento
nuclear de esta inmensa red tiene cada vez más su
importancia alzada con el crecimiento demográfico, las
migraciones del campo - es decir, la proporción
creciente de los contingentes viviendo en las áreas
urbanas - y el desarrollo tecnológico. Ese último factor
que cada vez más la pone en el eje de la sociedad
informacional, que acelera los cambios, que universaliza
lo "local" y localiza lo "universal" para sus
ciudadanos. La
ciudad se transforma continuamente siguiendo la
influencia de los agentes externos de donde esta
insertada, de la administración regional o nacional, del
escenario económico regional o global, de los cambios
ambientales, de los flujos humanos. Eso se materializa
de varias formas: sea en la (des)construcción o
transformación de los parques industriales, motivadas
por la nueva política cambial, por la apertura económica
de la última gestión, por las inversiones externas o por
las transformaciones tecnológicas; o sea por otras
formas, en los cambios en el mercado laboral y sus
nuevas demandas; sea por las políticas ambientales
decididas en las esferas superiores de gestión del
Estado que pueden determinar cómo debe ser la
utilización y aprovechamiento de sus recursos naturales;
sea por la compleja estructura jurídica-legal que se ve
insertada desde las esferas globales, a través de los
tratados, acuerdos y resoluciones internacionales
pactados por los Estados nacionales; o sea en el
universo simbólico, cultural e ideológico que se permite
influenciar desde fuera, o incluso otras dimensiones
factibles, considerables y demarcables. Así nos damos
cuenta de que lo global, en una compleja red, tortuosa,
disforme y, frecuentemente, no clara - pero efectiva -
cada vez más potencializa los agentes de transformación
(sean sociales, económicos, políticos, culturales)
locales, sea positivamente o negativamente, pero
frecuentemente fuera de cualquier tipo de control. Por
esa permeabilidad que tienen esos elementos atómicos de
la globalización, esos constantes procesos externos
abren tanto nuevas perspectivas como pueden
potencializar los problemas existentes y hasta crear
otros. (1)
Uso el término "atómico" en el sentido wittgensteiniano,
como elementos básicos y fundamentales que componen las
cosas y el mundo, ver Wittgenstein (1992). Castells,
Manuel (1971) Problemas de Investigación en
Sociologia Urbana, Siglo Veinteuno de Espana,
Madrid. Wittgenstein,
Ludwig (1992) Tractatus Logico-philosophicus.
Logisch-philosophische Abhandlung, Suhrkamp, 12° ed.,
Frankfurt am Main. |